Cuando nos proponemos un nuevo objetivo, o queremos modificar un hábito, lo que buscamos, en una palabra, es un cambio en nuestra vida. Los cambios son procesos internos, y un elemento que juega un rol fundamental para su desarrollo son las expectativas que construimos alrededor de ellos. Las expectativas son aquello que “querríamos que pasara”: se vinculan a nuestros deseos e intenciones. El solo hecho de querer realizar un cambio tiene un impacto en nuestro cerebro y modifica nuestra forma de procesar información. Por eso, la generación de expectativas es el primer paso para emprender el camino del cambio.
Cada experiencia que tenemos está moldeada por la interacción entre nuestras expectativas (futuro), nuestra experiencia previa (pasado) y la información sensorial que recibimos del ambiente que nos rodea (presente). Si nuestras expectativas son inconsistentes con la información que nos llega desde afuera, estas pueden alterar nuestra experiencia sensorial. Así de importantes son las expectativas para explicar la variación individual que existe entre cada uno de nosotros.
Las expectativas son positivas cuando lo que esperamos es algo que nos hará sentir bien o mejor. Por el contrario, cuando se basan en demasiada incertidumbre, o son poco realistas, suelen ser detractoras de cualquier cambio positivo que busquemos alcanzar. Enfrentar desafíos abrumadores y poco realistas, establecidos por nuestras expectativas, nos suele terminar frustrando. Por eso, la clave para el manejo de nuestras expectativas es establecernos unas que sean adecuadas.
¿Cómo hacemos, entonces, para saber cuándo nuestras expectativas son las adecuadas? Esta respuesta varía para cada uno, y para cada situación en particular que atravesemos; pero siempre empieza con un proceso de autoconocimiento. Cuanto más sepamos de nosotros, de cómo somos y de qué somos capaces, mejores serán las expectativas que nos podremos crear alrededor de cada cambio, ya que reflejarán que entendemos profundamente nuestros deseos e intenciones.
Es fundamental que definamos nuestras expectativas, necesarias para orientar el cambio que queremos alcanzar. Tenemos que lograr que las expectativas no nos sobrepasen, sino que sean las adecuadas. Por empezar, es clave que detectemos cuáles son nuestras creencias, y que seamos conscientes de ellas. Generalmente, nuestras creencias son tan poderosas y automáticas que pueden nublar nuestras expectativas de cambio. Por eso, es necesario que prestemos mucha atención a nuestras experiencias pasadas, para entender cómo el manejo de las expectativas alteró en esos momentos nuestro estado mental. En definitiva, solo podemos cambiar combinando nuevas expectativas cargadas de motivación positiva, con nuevas experiencias que permitan cambiar el cableado de nuestro cerebro.
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